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El gran combate de galeras.


En la historia de los conflictos armados en el mar, no existe una batalla mejor conocida y menos entendida que la de Lepanto. Supone ésta el punto de inflexión entre el declive del Mediterráneo en favor del pujante nuevo Mundo como centro de comercio y expansión mundial y desde el punto de vista de numerosos expertos, se trata del principio del fin del Imperio Otomano así como del último gran combate de galeras de la Historia.

El enfrentamiento tenía por contendientes, de un lado a una asociación de estados cristianos englobados bajo el nombre de la Liga Santa y conformado por España, Venecia, el estado Vaticano y otros estados menores italianos, como Saboya o Génova y los Caballeros de la Orden de Malta. Por el otro lado, encontramos a los turcos, que en aquella época eran poco menos que el Anticristo.
Pero situémonos y analicemos qué fue lo que llevó al enfrentamiento entre ambos contendientes.

 
Don Juan de Autria (Ratisbona, Alemania, 1545 - Namur, Países Bajos, 1578) hermano de Felipe II.
Don Juan de Autria (Ratisbona, Alemania, 1545 - Namur, Países Bajos, 1578) hermano de Felipe II.

Antecedentes.
A mediados del S.XIV entra en la escena geopolítica del Mediterráneo un nuevo y poderoso imperio: el turco otomano. Estos, cuando irrumpieron con fiereza en 1453 en Constantinopla siguieron expandiendo sus dominios por tierra, primero apoderándose de los restos del imperio bizantino y continuando hacia el oeste, llegando a las puertas de Viena en 1529. En el Mediterráneo, se dirigieron hacia el Mediterráneo central, arroyando a los estados cristianos y conquistando las posesiones de éstos, especialmente de los venecianos. Precisamente su intento de conquista de la isla de Chipre, a la sazón bajo el “mando” veneciano, obligó al papa Pío V a proclamar la necesidad de parar los pies a los infieles.
Para ello, buscó apoyos en todo el mundo occidental, tratando de formar una liga de países que combatieran a los turcos. Ese sería el germen de la que posteriormente se denominó Liga Santa. Pero inicialmente se formó, a fin de evitar la conquista de Chipre, una armada en la que estaban coaligados los españoles, venecianos y miembros pagados por los Estados Pontificios. Esta armada se reunió en el puerto de Suda, en Creta y constaba de los siguientes elementos:

  • España, aporta 50 galeras comandadas por Juan Andrea Doria, que debía ponerse a las órdenes del almirante Colonna, de las fuerzas pontificias.
  • Por parte veneciana, 136 galeras, 11 galeazas y 14 naves, al mando de Jerónimo Zanne, Antonio de Canale y Jacobo Celsi.
  • Las fuerzas pontificias, 12 galeras al mando de Marco Antonio Colonna.
Por tanto, un total de 198 galeras, 11 galeazas, 1 galeón y 14 naves, que sumaban una potencia de fuego de 1.300 cañones y 48.000 hombres, 16.000 de ellos soldados. O sea, una fuerza que podríamos decir era considerable. Sin embargo, se producen una serie de rifirrafes entre los comandantes de cada una de las escuadras cristianas sobre la forma de enfocar la situación, que retrasan su intervención. Los turcos no pierden el tiempo y el 9 de septiembre de 1570, toman Nicosia, la capital de Chipre. Al ver que no existe acuerdo posible entre las fuerzas cristianas, Juan Andrea Doria decide regresar a Sicilia, secundado por el resto de la flota. Pero durante el viaje, un temporal manda a pique a 14 galeras venecianas.

Este hecho, hace que el Papa y el estado de Venecia culpen al comandante español del fracaso de toda la empresa, cuando el motivo real, a parte de la falta de quórum entre los diferentes comandantes, que llevó al español a no presentar batalla, fue el mal estado en que se encontraban las tripulaciones y galeras venecianas, lo que suponía una considerable desventaja táctica.

La Liga Santa y las razones de cada estado participante.

Este estrepitoso fracaso provoca la ira del papa Pío V que busca subsanar la inefectividad mostrada por los cristianos y tratar de tomar medidas efectivas contra la expansión turca por el Mediterráneo. Por ello, mantiene reuniones con los máximos dignatarios de cada uno de los estados involucrados, centrándose las discusiones en las misiones de la liga y la duración de la concentración de fuerzas, descubriendo posturas encontradas entre venecianos y españoles: los primeros quieren restringir su ámbito al Mediterráneo Oriental, mientras que los españoles quieren incluir las costas del norte de África.

Estandarte de la Liga Santa. Fue Su Santidad Pío V quien impuso, bendijo y envió esta enseña, entregada a don Juan de Austria, en la iglesia de Santa Clara (Nápoles), junto con el bastón de mando, con el que el pontífice le investía como Capitán General al mando de la expedición
Estandarte de la Liga Santa. Fue Su Santidad Pío V quien impuso, bendijo y envió esta enseña, entregada a don Juan de Austria, en la iglesia de Santa Clara (Nápoles), junto con el bastón de mando, con el que el pontífice le investía como Capitán General al mando de la expedición.

Finalmente, se llega a un acuerdo y el 25 de mayo de 1571, se crea la Liga Santa. Sus miembros serían España, Venecia, el Papado, otros estados menores italianos y la Orden de los Caballeros de Malta. En el compromiso establecido entre ellos se estipula:

-La duración será ilimitada.
-Servirá tanto para atacar a Turquía como a las plazas turcas del norte de África.
-La armada estará formada por 200 galeras, 100 naves, 50.000 infantes y 4.500 jinetes.
-Esta armada deberá estar preparada para entrar en acción en abril de cada año.
-España sufragará tres sextos de los gastos, Venecia dos sextos y la Santa Sede el sexto restante.
-El generalísimo de la liga será Don Juan de Austria hermano de Felipe II, y cada nación aportará un Capitán General. Estos tres capitanes generales, reunidos en consejo acordarán el plan anual de operaciones.
-Ninguna de las partes podrá ajustar tregua ni paz con el enemigo sin participación y acuerdo de las otras dos.
-El generalísimo no llevará estandarte propio ni de su nación, sino el especial de la Liga.

El motivo que impulsó a la elección de Don Juan como generalísimo de la Liga no era otro que España, que era el mayor contribuyente en la empresa, debía dirigirla en cierta manera, mientras que el motivo que impulsó a cada uno de los miembros a llegar a un acuerdo es obvio: Venecia estaba perdiendo todas las islas y plazas fuertes que poseía en el Mediterráneo oriental, fundamentales para sus actividades comerciales y por ende, económicas. El Papado deseaba a toda costa que se mantuviera la cohesión entre los estados cristianos, puesto que a ellos eso les reportaba ingentes beneficios y por tanto, si estos perdían influencia y posesiones, ellos verían repercutidas esas pérdidas en sus arcas, amén de que el turco era el Anticristo… Los Caballeros de Malta deseaban vengar primero, su expulsión de Rodas en 1522 por los turcos y segundo, el asedio que sufrieron seis años atrás en Malta, en 1561, cuando éstos intentaron conquistar la isla.

Pero, ¿y España? ¿Qué razones tenía, si Turquía quedaba muy lejos?. Pues la respuesta es que a mediados del s.XVI las galeras turcas se movían con total libertad e impunidad por el Mediterráneo y solían hacer frecuentes incursiones en el sur de Italia. Esta zona de la península italiana y Sicilia eran, en aquella época, posesiones españolas. Obviamente, el comercio español se veía afectado en toda la zona.
Además en aquellos años, Argel era vasallo de Turquía y posiblemente el mayor de los azotes del momento en las costas españolas eran los corsarios berberiscos, procedentes de la Berbería, que era el nombre genérico con que se designa el conjunto de países del noroeste de África, a saber: Trípoli, Túnez, Argelia y Marruecos, todos ellos poblados por beréberes. Así que, si se descabezaba a la serpiente… Pero, por otro lado, en 1571 España trataba de acabar con los últimos focos de la rebelión de los moriscos en el sur de la Península, con lo que se debía evitar que estos se auto insuflaran de moral al saber de los avances de sus congéneres turcos y avivar aún más un fuego que distaba de ser controlado aún.

Una vez aprobado el tratado de participación, el Papa intentó que Portugal, Autria y Francia tomaran parte de él, pero no consigue nada al respecto. Y mientras tanto, los turcos a lo suyo, siguen con su campaña en Chipre y con su expansión por el Mediterráneo, organizando una flota de 250 naves y 80.000 hombres que se dedican a devastar los puertos venecianos del Adriático. De este modo, el 4 de agosto, cae Famagusta, con lo que Chipre pasa a pertenecer a los turcos.

La situación era cada vez más tensa y compleja.

táctica.


Tácticamente, el oscurantismo y desconocimiento es prácticamente total. Únicamente existe un trabajo que nos permite conocer cómo se desarrolló la estrategia durante la batalla: Lepante, la crise de l´empire Ottoman, de Michel Lesure de la Ecole Pratique des Hautes Études. Podemos extraer de este trabajo que la victoria de la Liga Santa se debió más a una mezcla de clarividencia mental y fanatismo religioso que al resultado de un buen planteamiento táctico.
Sin embargo, las evidencias parecen contradecir este punto de vista, porque sabemos que Lepanto fue sagazmente preparada y muy bien combatido por ambas partes. Los planes de batalla de ambos comandantes, Don Juan y Alí Pashá, fueron bien concebidos, sofisticados y muy comprensibles, sin ser excesivamente complicados, y sobretodo, ambos planes hicieron el mejor uso posible de su disposición de fuerzas.

 
Galera veneciana, idéntica a las que combatieron en Lepanto.
Galera veneciana, idéntica a las que combatieron en Lepanto.

La divergencia de metas entre los componentes de la Liga Santa, fue sin lugar a dudas determinante en los objetivos tácticos de los cristianos. Venecia pretendía una guerra corta y una paz rápida, algo que los españoles consideraron casi como traición a su justa y santa campaña. Pero esta divergencia de opiniones se debe, como podemos entender, a que por un lado los venecianos dependían por entero del comercio mediterráneo, mientras que los españoles basaban la fuente de su riqueza interna en el comercio con las Américas, con lo que hicieron del enfrentamiento con los turcos, poco más que una guerra de moral, una Cruzada, una Guerra Santa.

Esta confrontación básica entre los aliados, así como otras motivadas por el temas más complejos de los entresijos en el gobierno de Felipe II y de sus posesiones en Italia, desembocaban en la altísima probabilidad, tal y como se narra en el pasaje de este documento sobre el encontronazo entre venecianos y españoles, de una deserción masiva en cualquier momento, tanto por un lado como por otro y eso es algo que Don Juan de Austria sabía a ciencia cierta. Con esto en mente, el orden de batalla de los cristianos asume un considerable significado. Según podemos analizar, el orden de batalla musulmán provee un mejor control de los cuatro grupos en que se dividían sus fuerzas, a pesar de que entre éstas se encontraba también una pequeña divergencia en la forma de entender el combate, puesto que participaban fuerzas norteafricanas ghazi (o soldados de la Fe, equivalentes a los cruzados cristianos), la necesidad de un mando unificado estaba muy clara entre el contingente musulmán.

El hecho de que en la formación cristiana las galeazas formaran en primera línea, se debía al hecho de que se deseaba mantener la integridad táctica de toda la línea, absolutamente vital para las fuerzas de la Liga: si bien las galeazas eran menos maniobrables que sus rivales musulmanas, eran más poderosas tácticamente, particularmente en un combate de tipo frontal, tratando de romper la línea enemiga. Por supuesto, este hecho era de sobra conocido por los musulmanes y la disposición en forma de T de las fuerzas cristianas, con un centro principal, dos alas y una reserva a popa, permite vislumbrar con claridad el tipo de enfrentamiento que buscaba Don Juan.

El día de la batalla, cada una de las alas de la flota cristiana contaba con 53 galeras, lo que representaba el máximo número posible de galeras que podrían maniobrar en línea sin perder la integridad de la formación. El ala derecha de los musulmanes disponía de 54 galeras, seguramente por la misma razón. Sin embargo el ala izquierda contaba con al menos 77 galeras, si bien no hay razón para pensar que intentarían rodear el flanco cristiano individualmente, sin mantener la formación.

El centro cristiano, con menos necesidad de maniobrar que las alas, disponía del mayor número de galeras en combate, encontrando su espejo en el lado musulmán que también tenía claro el concepto. Este no era otro que en los planes de ambos contendientes se daba al centro la mayor importancia táctica y a sus alas la obligación de superar el flanco enemigo para cerrar una bolsa en la que acabar con la flota adversaria.
Una de las primeras y mejores decisiones que tomó Don Juan, fue romper los contingentes nacionales, distribuyéndolos entre los diferentes escuadrones para prevenir la temida deserción masiva en un punto crítico de la batalla. Su  asignación de mando subordinado refleja claramente su filosofía: Don Juan en su buque Real dirigía el centro personalmente, flanqueado en el puesto de honor y en el centro exacto de la línea por Sebastián Veniero, en su Capitana de Venecia; a la izquierda dispuso a Marco Antonio Colonna, el comandante de las flotas de la Santa Sede; y a la derecha, en la Capitana del Papa, un veneciano, Agostino Barbarigo, que comandaba el ala izquierda, mientras que Juan Andrea Doria, dirigía la derecha. El español Álvaro de Bazán estaba al frente de la escuadra de reserva.

Finalmente, y menos obvio, los factores humanos afectaron en la forma en que las galeras fueron diseñadas y tripuladas, un punto que es crucial para entender la batalla de Lepanto y los conflictos navales mediterráneos en general. No podemos decir que las galeras venecianas fueran mejores que las españolas o las papales. Tampoco podemos decir que la galera napolitana fuera superior a la turca o al galeón norteafricano, ya que cada una de ellas fue diseñada, construida y armada para extraer el máximo beneficio táctico de los recursos humanos disponibles.

Mapa de la distribución de las flotas en la batalla (pulsar para ampliar).
Mapa de la distribución de las flotas en la batalla (pulsar para ampliar).

Los buques empleados en la batalla.
Una vez claras estas apreciaciones, se puede admitir que actualmente, para los que somos casi neófitos en la materia, se hace muy complicado distinguir entre una galera ordinaria española, maltesa, veneciana o musulmana sin la referencia de sus banderas, pendones u otros distintivos heráldicos. Todas tenían cascos que rondaban los 45 metros de eslora por 5 a 8 de manga, puente para remos y bocas de fuego, dispuestas en batería, con cañones que rondaban entre los 1.500 y 2.600 kilogramos y disparaban balas de hierro de entre 15 y 19 kilogramos. Estos cañones estaban invariablemente flanqueados por un par de pequeños cañones que pesaban entre 550 y 1.100 kilogramos y disparaban proyectiles de entre 4 y 5 kilogramos. A su vez, estaban flanqueados por un segundo par de cañones que eran aún más pequeños, pesaban entre 300 y 1.100 kilogramos y disparaban proyectiles de unos 3 kilogramos. Una o más de estas piezas laterales (el segundo par de ellas, eran denominadas por los turcos Õayka topu) podían haber sido cañones de peso similar o quizás algo menos, diseñados para disparar balas de piedra pulida, que pesaban casi el doble que sus equivalentes de hierro. Estamos, por supuesto, hablando en general, a fin de dar una idea global de lo común de la galera de guerra en el Mediterráneo hacia la segunda mitad del S.XVI.

Las diferencias surgen, sin embargo, cuando profundizamos un poco y observamos el detalle de los tipos de galera según su procedencia, ya que el armamento varía. El cañón español, en general, era más largo y pesado de lo normal. Los venecianos eran más cortos, ligeros y disparaban proyectiles más grandes. La superioridad técnica de la artillería veneciana, probablemente les permitió dispensar en sus naves un tercer par de piezas de flanco más pequeñas aún, frecuentemente montadas en las galeras del oeste del Mediterráneo.
Antes de volver a la forma en que los factores regionales y económicos afectaron al diseño de las galeras, debemos revisar una serie de puntos de un corte menos técnico para poder determinar el escenario de nuestro análisis táctico.

El primero de estos puntos es la galeaza, que ha sido representada en la tradición naval occidental como un torpe y pesado híbrido, un barco de guerra con remos. De hecho, eso es lo que exactamente indica su nombre, una gran galera. Las seis galeazas cristianas que combatieron en Lepanto (recordemos que los musulmanes no disponían de ninguna) eran mercantes venecianos que habían sido apartados en dique seco algunos años antes, cuando los costes de construcción para su mejora y el consecuente aumento de tripulación, las hizo económicamente inviables. Pero cuando las hostilidades fueron en aumento, se aprovechó su enorme y estable casco, producto de su pasado como mercantes, para adecuarlos a un nuevo y pesado armamento. Cada galeaza montaba, probablemente, cuatro o cinco cañones, equivalentes a toda la línea de cañones de una galera, más los suficientes cañones como para haber dotado del armamento secundario y terciario a cinco galeras. De este modo, las galeazas eran mejores cuando navegaban a vela que las galeras, lo que era una pequeña ventaja táctica. Eso sí, eran muy difíciles de maniobrar y por supuesto, considerablemente más lentas cuando navegaban a remos.

Los buques empleados en la batalla (viene de la página anterior).


A continuación, tenemos a la galeota, más pequeña que la galera y que tenía 18 bancos de remeros. Las galeras comunes tenían 24 bancos en la época y las más grandes, denominadas bastardas, podían llegar a tener 35 bancos. Más rápida, más maniobrable que la galera, la galeota estaba ligeramente armada. Al ser más bajas, estaban en desventaja en un combate de líneas enfrentadas en el que se iban soltando andanadas hasta desarbolar o llevar a pique al adversario. Sin embargo, las galeotas eran ideales para las meleés y para incursiones a tierra. Mencionar también, que ambos bandos emplearon buques aún más pequeños, las fragatas y bergantines, que constituirían los refuerzos en la línea de batalla así como para escrutar y proteger los flancos y popas descubiertos de las galeras de la línea de batalla.

Una vez detalladas las categorías de los buques de guerra participantes en la batalla, nos centraremos en la importancia de las variaciones regionales en el diseño y armamento de éstos, siempre teniendo como referencia la galera, el más común de los que existían.

 
Galera Real de don Juan de Austria en la Batalla de Lepanto.
Galera Real de don Juan de Austria en la Batalla de Lepanto.

De este modo, las galeras mediterráneas de guerra se dividen en, según sus características de diseño, en tres categorías básicas:

  1. galeras españolas (y estados sometidos).
  2. galeras venecianas.
  3. galeras musulmanas.

La galera española, maltesa, siciliana, genovesa o papal, era un vehículo de asalto de infantería. Entre 1520 y 1530, las galeras españolas habían sido como cualquier otra, pero a medida que el trabajo asalariado se imponía de oeste a este del Mediterráneo, los españoles se vieron forzados progresivamente a dejar de pagar a los remeros profesionales en favor de los, por supuesto, más baratos esclavos y convictos. Esto implicó un descenso en la efectividad en combate y eficiencia en la propulsión de los buques, que se contrarrestó embarcando infantería regular. Los estados vasallos, siguieron idéntico ejemplo sencillamente por las mismas razones económicas.

La postura estratégica española en el Mediterráneo era básicamente defensiva. Los musulmanes atacaban sus ciudades portuarias y asaltaban sus costas, a lo que España reaccionó. El gran gasto de mantener una galera bien armada constantemente y en orden de combate durante el período de campañas, que iba de finales de marzo a mediados de octubre, para hacer frente a los elusivos e impredecibles musulmanes, les obligó a mantener una flota pequeña: el total de galeras españolas listas para el combate en el Mediterráneo nunca sobrepasó las 60.

Las galeras españolas llevaban a bordo más hombres y más especializados en combate que cualquier otros. El peso de los hombres, hacia de las galeras españolas más difíciles de manejar, problema que se acentuaba con el hecho de que los cañones eran, como ya hemos mencionado, más largos y pesados. Por otro lado, las diferencias estructurales del buque, también eran considerables: las galeras españolas tenían una estructura elevada situada sobre la artillería denominada arrumbada. Ésta no era más que un corredor situado en la parte de proa, a una y otra banda donde se colocaban los soldados para abrir fuego. Era altamente efectiva, tácticamente hablando. Pero añadía más peso al buque y como comprenderemos, añadir peso es la antítesis de velocidad en la navegación a remo.

Estas posibles deficiencias, eran totalmente aceptadas por los españoles y se trataron de aliviar en Lepanto disponiendo 200 remeros en 24 bancos, con lo que la aceleración y velocidad de ataque se mantuvieron, aunque a costa de la velocidad de remo, en la que los buques españoles eran sustancialmente inferiores a los de sus aliados y enemigos.
Entre los remeros, se distinguían los esclavos, galeotes y buenas boyas. Los esclavos solían ser prisioneros de guerra; los segundos eran en su mayoría personajes que habían sido condenados a pagar una deuda con la sociedad, ya sea por asesinato o deudas de juego. Los últimos, los buenas boyas, eran sin embargo profesionales a sueldo, personas que se embarcaban para ganarse la vida dándole al remo. A los dos primeros grupos, los esclavos y los galeotes, se les denominaba chusma, que según el Diccionario de la Real Academia eran el conjunto de galeotes que servían en las galeras reales. Las condiciones de vida de la chusma eran penosas y a su pobre diera de potaje de habas o garbanzos, en los que se encontraban las proteínas de chinches, gorgojos y larvas, se le añadía una durísima sesión diaria de azotes. Amén de que vivían encadenados a sus remos, con lo que las condiciones higiénicas eran todavía peores. Condiciones de vida diametralmente opuestas a la del resto de remeros aliados o musulmanes.

La postura estratégica veneciana, como la de España, era defensiva. Y aquí acababa cualquier similitud. Venecia dependía más de la diplomacia y en una extensa cadena de puertos fortificados para defender su comercio más que en sus pequeños escuadrones de galeras. A diferencia de España, no disponía de una extensa fuerza de infantería regular que pudiera ser empleada indistintamente embarcada o en tierra. De lo que si disponía Venecia era de una pequeña pero adecuada clase de marineros mercantes y pescadores que podían ser llamados a coger el remo en cualquier momento que fuera necesario. Éstos eran habilidosos y por supuesto, sabían cuidar de si mismos en combate. Estos reservistas, a pesar de ser casi analfabetos y con nulo contacto con el mundo profesional de la guerra, a diferencia de los españoles, lo que podría suponer un problema táctico, se veía compensados por el excelente desarrollo técnico del arsenal veneciano.

Estandarte real en las galeras españolas que participaron en Lepanto.
Estandarte real en las galeras españolas que participaron en Lepanto.

Empleando una pequeña, pero altamente cualificada fuerza de trabajo, el arsenal construyó, almacenó y mantuvo una gran flota de galeras, esperando el momento en que se pudieran desatar las hostilidades. Como resultado de su previsión y buen hacer, la pequeña flota de mercadeo en tiempo de paz veneciana, podía convertirse de la noche al día en una formidable fuerza, desproporcionada para sus modestos recursos demográficos. Mientras que la galera española era poco más que un transporte de asalto para la infantería, la veneciana era un transporte de asalto y combate, diseñado para llevar hombres y recursos a cualquier puerto sitiado.

Se enfatizó la velocidad a remo, convertida en realidad por el mero hecho de que se empleaba a remeros libres y asalariados. Otro factor importante era la ligera y excelente artillería veneciana. Mientras que el abordaje era la forma de lucha preferida por los españoles, este era el último de los recursos para los venecianos, algo que se refleja en los detalles de construcción: mientras que las galeras españolas tenían la mencionada arrumbada, las venecianas tenían una mucho más ligera y desmontable. Y no es que los venecianos fueran cobardes o rechazaran el abordaje: es que sencillamente sabían de las limitaciones de su fuerza de fuego y preferían la táctica para acabar con sus enemigos.

Así que, mientras los españoles y venecianos andaban a la defensiva en aquel S.XVI por el Mediterráneo, los turcos todo lo contrario. Esto y el hecho de que la revolución salarial que sacudía el Mediterráneo estaba menos avanzada por aquellas tierras, dio a las galeras turcas sus características únicas. A diferencia de las de sus enemigos, éstas eran transportes armados estratégicos de desembarco.
No tan rápida a remo como las venecianas, quizás algo más maniobrable, la galera turca era mejor buque a vela, y no por casualidad. Si la función táctica de la galera veneciana era reabastecer las ciudades asediadas, la de las turcas era transportar hombres, municiones, armas y cualquier recurso al lugar en que estaban llevando a cabo el asedio, así como proteger el lugar en que se encontraba. Diseñada con un puro papel estratégico, que era claramente ofensivo, su función táctica era sin embargo puramente defensiva. Muchos de sus puntos ofensivos, y casi de forma accidental, se debe a características de la sociedad otomana. Los turcos y norteafricanos, eran únicos entre los estamentos militares europeos, ya que estaban en posesión de eficientes cuerpos de arqueros que manejaban con destreza sus arcos compuestos, especialmente en las meleés, cuando los flancos de las naves enemigas quedaban expuestos.

Al igual que los venecianos, los turcos empleaban remeros profesionales y a pesar de que un pobre granjero turco no se podría comparar con un duro infante español, al menos no necesitaba que se le cuidara en combate. Las capitanas musulmanas estaban gobernadas, al parecer, por voluntarios árabes, infantería ligera de toda confianza a la que se le podía dar un razonable voto de buen hacer en combate cerrado: los jenízaros, de los cuales había un gran número en Lepanto, eran fieros y disciplinados.

Las galeras turcas, a diferencia de la arrumbada española o la plataforma desmontable veneciana, tenían una plataforma permanente, baja, que cubría sólo las posiciones delanteras de la línea de fuego, dejando numerosas brechas expuestas. Más bajas en el agua que las galeras cristianas, las turcas tenían mejor velocidad sostenida a remo y eran considerablemente más maniobrables, desplazando menos volumen de agua que sus enemigas, hecho a considerar en Lepanto.

A la caza del turco.


El lugar escogido para reunir a toda la escuadra combinada fue el puerto de Mesina, en Sicilia. Llegan en primer lugar los venecianos, el 23 de julio, con 48 galeras y cinco galeazas. Poco después llegan las 12 galeras del Papa bajo el mando de Colonna.
Juan de Austria y Sancho de Leiva zarpan de Barcelona el 20 de julio, recalando en La Spezia (ciudad de Liguria, en el norte de Italia) para recoger tropas alemanas e italianas, y llegan a Nápoles el 9 de agosto, donde el 14 recibe Juan de Austria el estandarte y las insignias de la Liga Santa, diseñados por el Papa y en el que aparecen los símbolos de las tres naciones. Su singladura finaliza en Mesina el 23 de agosto. Pero no estaban todos. Faltaban las escuadras de Juan Andrea Doria, Álvaro de Bazán y Juan Cardona, así como sesenta galeras venecianas más. Para primeros de septiembre está reunida toda la escuadra, que finalmente queda compuesta por el siguiente contingente:

 
Agostino Barbarigo, segundo del almirante Veniero, murió en combate por un flechazo en la cabeza despues de ser herido por una flecha en el ojo (no cayó hasta pasadas pocas horas de ser herido, seguro ya de la victoria de la flota).
Agostino Barbarigo, segundo del almirante Veniero, murió en combate por un flechazo en la cabeza despues de ser herido por una flecha en el ojo (no cayó hasta pasadas pocas horas de ser herido, seguro ya de la victoria de la flota).
- España:
  • 90 galeras.
  • 24 naves.
  • 50 fragatas y bergantines.

- Venecia:
  • 6 galeazas.
  • 106 galeras.
  • 2 naves.
  • 20 fragatas.

    -
Estados Pontificios:
  • 12 galeras.
  • 6 fragatas.

En total, las piezas artilleras de toda la escuadra eran de 1.250. Pese a la gran cantidad de navíos reunidos, a Juan de Austria le preocupaba el mal estado de muchos de ellos, debido a que muchas de las galeras italianas se habían construido rápidamente y otras tenían los espolones desgastados o podridos a causa de sus largas esperas en los puertos de amarre. Pese a ello se decidió que podrían aguantar.

Debido a la escasez de gente en las galeras venecianas, Juan de Austria decide embarcar en ellas a 4.000 infantes españoles, entre los que se encontraban los soldados alemanes e italianos, recogidos en La Spezia, para reforzar su guarnición. También embarca a 500 arcabuceros españoles en cada galeaza.
Para bien o para mal, parte de la flota zarpa de Mesina el 15 de septiembre de 1571, siendo éstas las naves de Cesar Ávalos, que tienen orden de esperar al resto de la flota en el Golfo de Tarento, ya que aún se desconoce dónde se encuentra su enemigo, que no es otro que Alí Pashá. Deciden navegar a cabotaje, ya que la galera es una embarcación poco resistente y menos ideal para la navegación de altura. El 16 de septiembre, zarpa el resto de la flota cristiana: en vanguardia van ocho galeras exploradoras, al mando de Juan de Cardona, general de la escuadra de Sicilia. Sus órdenes son ir 8 millas por delante del grueso de la escuadra.

El resto de la fuerza va dividido en cuatro cuerpos:

  • El primero, que será el “derecho” en combate, está bajo el mando de Juan Andrea Doria, con 54 galeras. Su enseña eran grímpolas verdes.
  • El segundo, que será el “centro” en combate, va comandado por Juan de Austria, con 64 galeras y grímpolas azules.
  • El tercero e “izquierdo” en combate, es dirigido por Agustino Barbarigo. Un total de 53 galeras con grímpolas amarillas.
  • Y el cuarto, que es la escuadra de socorro o de reserva en combate, lo manda Álvaro de Bazán. Está formado por 30 galeras con grímpolas blancas.

Cada uno de estos cuerpos lleva dos galeazas, que en caso de combate se pondrán por delante de la formación principal. Los cuerpos están formados sin tener en cuenta la procedencia de las buques, intercalando buques venecianos, españoles y pontificios. El mal tiempo, les impide pasar dejar atrás Otranto hasta el 24 de septiembre.

Óleo del Museo del Escorial, en que se ve la reunión de la Liga Santa en puerto de Mesina.
Detalle de un óleo del Museo del Escorial, en que se aprecia la reunión de la Liga Santa en puerto de Mesina.


Gil de Andrade, que iba en vanguardia tratando de localizar la ubicación del enemigo, consigue averiguar que los turcos se encuentran en el Golfo de Lepanto, en Grecia. Lepanto, es una pequeña ciudad griega situada justo en la entrada del golfo de Corinto, a pocos quilómetros de Patras. Una vez al corriente Juan de Austria, éste decide dirigirse a Corfú, desde donde siguen hacia el sur, hasta alcanzar Cefalonia. En este lugar, se infiltra en plena noche, un turco que se dedica a contar el contingente total de naves, a fin de informar a Alí Pashá.

Mientras tanto, se plantea un problema de competencias entre Don Juan y los venecianos. Éste se origina en una galera veneciana, donde por defender cada uno a su gente, se enfrentan con las armas el capitán de la galera y el capitán de los soldados embarcados, resultando herido el veneciano. Como consecuencia, el almirante veneciano Veniero ahorca al capitán de los soldados, lo que a su vez, provoca que Don Juan convoque un consejo de guerra, del que se excluye a Veniero, solicitándose la presencia de Barbarigo en su lugar. El tema que se trata es, sencillamente, abandonar la empresa y dejar solos a los venecianos, que son poco de fiar según se podía desprender del incidente que acabamos de relatar. Son partidarios de esta opción todos los comandantes al servicio de España, si bien uno de ellos se opone rotundamente: Álvaro de Bazán. Éste considera que sería una estupidez tirar por la borda todo el esfuerzo realizado hasta ese momento, por culpa de que Veniero haya cometido un disparate.

Parece ser que la postura de Don Álvaro cala entre su colegas y se decide continuar con la empresa. Al despuntar el alba, se zarpa formando una fila de combate a 15 millas de la entrada a Lepanto con la intención de hacer salir a su enemigo, provocándole.

La batalla entre Oriente y Occidente.


Una consideración a tener en cuenta y que nos gustaría aclarar. Realmente, la confrontación, batalla o como queramos llamarlo, no tuvo lugar en Lepanto, como históricamente (y debido al nombre con que la conocemos) se nos ha inculcado. Los hechos que narraremos a continuación y que se conocen como La batalla de Lepanto, tuvieron lugar en el golfo de Patras. El por qué de este error, es un tema que no trataremos en este documento.

Es incuestionable que en ambos bandos planeaba la certeza de que si los cristianos eran capaces de mantener sólidas sus líneas durante el combate, repelerían cualquier agresión musulmana. Estaba claro por el mero hecho, ya expuesto, de las características inherentes en las fuerzas enfrentadas: la gran experiencia de los cristianos en combate, sus corazas y sus plataformas especiales, ubicadas en buques más altos, permitían provocar una lluvia de plomo sobre las cubiertas musulmanas, más bajas y expuestas, protegidas únicamente por arqueros.

 
Fanal de la galera capitana turca en Lepanto. Casa de la marquesa de Santa Cruz, Madrid.
Fanal de la galera capitana turca en Lepanto. Casa de la marquesa de Santa Cruz, Madrid.
Para los musulmanes, el problema era casi insuperable. Una meleé, sin embargo, era su fuerte. Si tenían la oportunidad de coger a la armada de la Liga en desorden, literalmente se la podían merendar, al igual que sucedió en Preveza en 1538, cuando el gran Barbarroja superó a Andrea Doria en un brillante combate. A pesar de todo, Ali Pashá prefería un combate frontal, sabiendo que su centro lucharía en una seria desventaja. Pero, por supuesto, harían todo lo posible por superar los flancos del centro cristiano, momento en el que se casi se podrían dar por vencedores. Pero eso era algo con lo que no podían contar.
Para alcanzar el centro cristiano, Alí Pashá debería primero aniquilar las alas de la flota enemiga. Para ello, tendría que atraerlos fuera de su posición para rodear su flanco o bien hacerles maniobrar mal, a fin de que destruyeran su integridad táctica y provocar una meleé, logrando un equilibrio táctico que les permitiera eliminar rápidamente una de las alas cristianas, ya que no esperaba que su centro resistiera mucho tiempo.

Con esto en mente, su plan estaba claro. Sabía que sufriría severas pérdidas en el centro, aunque debía dar a sus alas una base sólida sobre la que maniobrar. Además él tenía una ventaja sobre Don Juan de Austria y es que podía permitir a sus alas dar rienda suelta a sus maniobras, en cierta manera, ya que no dependía tanto del mantenimiento del equilibrio táctico de sus líneas.

Los musulmanes no se quedaron a la zaga en cuanto a tropas y material desplegado. Consiguieron reunir un total de 231 galeras, 54 galeotas y un total de 92.000 hombres, siendo 34.000 de ellos soldados o mercenarios, 13.000 miembros de tripulación y 45.000 galeotes que, no podía ser menos, se trataba de cristianos apresados en diferentes enfrentamientos previos.

El total de piezas de artillería se estima en unas 800, sin embargo de menor calibre y por tanto, potencia de fuego que las cristianas. La flota dispuesta en cuatro cuerpos, en forma de media luna se organizó:

  • El primero, ala derecha, al mando de Mehmet Suluk, estaba formado por 54 galeras y 1 galeota.
  • El segundo, centro, dirigido por Alí Pashá, general en jefe, con 95 galeras y 5 galeotas.
  • El tercero, ala izquierda, lo comanda Uluch Ali con 77 galeras y 27 galeotas.
  • El cuarto, o escuadra de reserva o socorro lo manda Murat Dragut, y tiene 8 galeras y 21 galeotas y fustas.

A las siete de la mañana del 7 de octubre de 1571, las dos escuadras se divisan. En el lado cristiano, Barbarigo, al mando del ala izquierda, recibe órdenes de acercarse al máximo a la costa, a fin de evitar que las galeras turcas lo sobrepasen y hagan una maniobra envolvente. El centro se coloca a su lado, pero el ala derecha, al mando de Juan Andrea Doria, tarda en incorporarse a la formación, dejando un espacio libre entre el centro y el ala derecha. Las galeazas, fuertemente armadas, están situadas una milla por delante de la formación cristiana.

Al inicio de la batalla, los turcos tienen el viento en popa, pero, cuando están aproximándose, rola el viento, obligándoles al empleo de remos. Al llegar las primeras galeras turcas a la altura de las galeazas, estas abrieron un nutrido fuego de artillería y fusilería, lo que hizo que algunas naves turcas empezasen a hacer ciaboga (vuelta que se le da a una embarcación bogando avante los remos de una banda   y al revés o hacia atrás los de la otra). Alí aceleró su ritmo de boga, para así estar menos tiempo sometido al castigo, y los demás le imitaron.

Pero al acelerar la boga, el ala derecha turca se adelantó sobre el resto de la formación, por lo que entabla el combate contra el ala izquierda cristiana. Algunas galeras turcas consiguen pasar entre las fuerzas de Barbarigo y la costa, y la galera de Barbarigo, la capitana del ala izquierda cristiana, es atacada por varias galeras turcas. Barbarigo fallece en el combate de un flechazo en un ojo, y, cuando su nave está a punto de ser apresada, todas las demás galeras de su grupo acuden en su auxilio, dando la vuelta a la situación y haciendo que los turcos se retiren. Varias galeras turcas varan en la costa, y sus tripulaciones huyen por tierra.


 
La nave Capitana Real de Don Juan de Austria, tal y como se exhibe en la actualidad en el Museo Marítimo Drassanes Reials de Barcelona.
La nave Capitana Real de Don Juan de Austria, tal y como se exhibe en la actualidad en el Museo Marítimo Drassanes Reials de Barcelona.


En el centro, la capitana de Alí (la Sultana) embiste, proa con proa, a la de Don Juan (la Real), dejando unidas a las dos embarcaciones en una plataforma de 110 metros. Al embicar con el golpe, recibe en su cubierta todo el fuego de artillería y fusilería de que es capaz la galera de Don Juan, lo que le produce muchas bajas, repuestas inmediatamente desde otras galeras. Las galeras de Colonna, Veniero, el Duque de Parma y Urbino se ponen al costado de la de Don Juan, con lo que se forma una piña de galeras cristianas y turcas en las que se lucha cuerpo a cuerpo. Álvaro de Bazán, con sus naves de socorro, interviene impidiendo que otras galeras turcas puedan unirse a esa piña, y envía 200 hombres de apoyo a la galera de Don Juan. Cae rendida la galera capitana turca y los cristianos se apoderan de su estandarte. La lucha duró una hora y media. Con esto, el centro de la flota turca queda desecho, al igual que antes su flanco derecho. Alí Pashá fue abatido por siete disparos de arcabuz y un soldado de los Tercios, Andrés Becerra descolgó el estandarte otomano y un galeote cortó la cabeza de Alí ofreciéndosela a Juan de Austria. Este la despreció con gesto de asco y ordenó que la arrojase al mar.

En el ala izquierda turca, Uluch Alí ve que hay un hueco entre el centro y el ala izquierda cristianos, por lo que hace ademán de apartarse del centro turco, para que Juan Andrea Doria le siga y así aumentar la brecha. Cuando ve que esta es suficiente, se lanza contra el costado derecho del centro cristiano, con sus 94 buques y la gente fresca, produciendo grandes daños a la capitana de Malta, a diez galeras venecianas, a dos del Papa y a otra de Saboya. Juan de Cardona acude con ocho galeras y Álvaro de Bazán con la escuadra de reserva, consiguiendo detener el ímpetu del ataque turco, que estuvo a punto de cambiar la suerte del combate.

Uluch Alí, viendo que todo el centro cristiano se dirige a atacarle, y que las galeras de Doria están a punto de llegar, corta los remolques de las galeras que había apresado y consigue huir con cerca de 30 galeras, el mayor contingente musulmán que consiguió escapar de aquella batalla.
Hasta la puesta del sol continua el combate a base de escaramuzas entre galeras sueltas, y, al anunciarse mal tiempo, ordena Don Juan reunirse y marchar con las presas al puerto de Petala.

En Petala se efectúa el recuento de bajas, contabilizándose la pérdida de 12 galeras cristianas (aunque luego ascendieron a 40 por los graves daños sufridos) y de 7.600 hombres, de los que 2.000 eran españoles, 880 de la escuadra del Papa y el resto venecianos. 4.000 fueron heridos. Se contabilizaron 190 galeras turcas apresadas, de las que solo 130 estaba útiles, quemándose las otras 60. Se hicieron 5.000 prisioneros y se liberaron 12.000 cautivos cristianos. Se estimaron entre 20.000 y 30.000 los muertos del enemigo.

De este modo finalizó la batalla de Lepanto. Don Juan había ganado porque había realizado un mejor uso de las características y capacidades de los buques y hombres bajo su mando.